Venezuela, un viaje de ocho estrellas
¿Por qué viajar a Venezuela si es un país en crisis?, me preguntaron algunos familiares, amigos y las cientos de imágenes que vemos, día a día, en las calles de América Latina, tras la diáspora venezolana.
¿Y por qué no?, fue mi respuesta.
Libertad me entregó este no, como tantos otros en la vida, pues abrió caminos por un país inexplorado, de encanto único, de personas que resisten con dignidad un debacle social y económico, de una hermandad real, orgánica, genuina.
Un viaje de ocho estrellas, como las que ondean en la franja azul de la bandera, fue lo que me ofrendó visitar Venezuela.
★Viaje Bogotá-Caracas
Para mi sorpresa, ya que la mayoría de mis viajes son por carretera, el vuelo de Bogotá a Caracas fue increíblemente corto y cómodo. En menos de dos horas, exactamente hora y cuarenta minutos, me encontraba escuchando música llanera en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, de la ciudad de Maiquetía.
¿Cómo así que Maiquetía? Como en otros destinos, tal es el caso de Medellín, que se llega realmente al municipio de Rionegro, o de Cali, que el aeropuerto se encuentra en Palmira, al viajar a Caracas se llega es a Maiquetía, ciudad costera del estado de La Guaira, ubicada a 24 kilómetros de la capital venezolana.
Tras la reactivación de los vuelos comerciales entre Colombia y Venezuela, ruta suspendida desde el 2015, tomé el vuelo QL2981 de la aerolínea venezolana Láser Airlines.
Con guayoyo en mano, como llaman los venezolanos a un buen café negro, sobrevolamos tranquilamente nubes y el mar Caribe, ríos enormes, nevados y grandes siembras no hallando frontera alguna fuera y dentro del avión.
★Destinos
Venezuela es el sexto país con mayor territorio de Suramérica y el noveno de toda nuestra Abya Yala, nombre originario de América, con 916.445 km², además de contar con una diversidad que va desde las costas del Caribe hasta los Andes, las selvas de la Amazonía y los llanos del Orinoco.
Partiendo de esto, lo conocido fue poco pero muy revelador pues tan solo en tres lugares visitados: La Guaira, Isla de Margarita y Caracas, el país de las ocho estrellas enseñó lo biodiverso que es.
★La Guaira★
¿Qué mejor forma de esperar un vuelo si no es viajando?
Mientras esperaba el vuelo nocturno con la aerolínea Láser Airlines hacia la Isla de Margarita, se tardeó por la ciudad de La Guaira.
Entre el imponente cerro El Ávila y el mar Caribe, esta ciudad del litoral central venezolano me entregó la primera comida, la primera cerveza y un paisaje contrastante.
Anunció lo que sería este viaje, pues Venezuela es toda una experiencia gastronómica que trasciende las deliciosas arepas y empanadas, es una Polar bien helada acompañada de viento y sol, es un trasegar por lugares diversos y complejos en historia geológica y ambiental. Es un Agúzate de Richie Ray y Bobby Cruz: cuero, trompeta, timbal y ¡Hasta La Guaira!
★Isla de Margarita★
Volvemos. Cuando me desperté en el Hotel Lidotel, además de sentirme como Macaulay Culkin en Mi pobre angelito 2, cuando pasa la noche en el Hotel Plaza de New York: chocolates con fresas, café de altura de Venezuela y una habitación del tamaño de mi casa, al atisbar por la ventana lo que vi fue unas enormes montañas, de picos elevados, con niebla en sus cumbres.
Sorpresa total pues me encontraba en una isla en medio del mar Caribe y no veía el mar.
Isla de Margarita es un viaje de ensueño… Al recorrerla, la magia y la diversidad brotan en cada rincón. Montañas, planicies desérticas, bosques lluviosos, por un lado, xerófilos por el otro, y playas paradisiacas conviven milenariamente en la isla.
Para más sorpresas, entre la península de Macanao, al occidente de la isla, y el resto del territorio insular, se encuentra una laguna salada: La Restinga.
Al navegarla, en compañía del guía Antonio Ávila, de Life’s Beach Tours, hombre conocedor de la historia cultural y geológica de la isla, la paz y la tranquilidad, escasas por estos tiempos, se apoderan del viajero.
Canales, túneles y plazas de mangles rojo (de raíces aéreas), negro, blanco y botoncillo sumergen al viajero en un estado meditativo, de introspección y contemplación de un paisaje biodiverso, donde habitan pelícanos, águilas pescadoras y cormonares, estrellas y caballitos de mar.
Acompañado de un sol eterno y de la fuerza de Macanao (dios del viento para los guaiqueríes, pueblo originario de la Isla de Margarita), recorrimos tres de las 70 playas que se pueden visitar en la isla: El Yaque y su mar sereno, La Pared y su pastel de chucho (el mejor plato degustado en Venezuela) y La Mula o La Carmela, playa de anidación de la tortuga Carey, donde la lejanía de sus arenas y el golpe del mar abierto transportan a lo primigenio del ser humano en conexión con las fuerzas de la Naturaleza.
Asimismo, en la isla se puede visitar el Castillo de Santa Rosa de La Eminencia, antiguo fuerte militar, ubicado en la ciudad de La Asunción, desde donde se obtiene una gran vista panorámica de la isla, y el santuario de la Virgen del Valle, en el Valle del Espíritu Santo, centro de peregrinación y culto de la comunidad católica del oriente de Venezuela, patrona de la Armada Nacional y los pescadores.
★Caracas★
Como último destino de este gran viaje fue el primero que aparecía en lista: Caracas, la capital de Venezuela.
Recorrer sus calles fue un viaje al pasado. No sabría explicarlo, pero entre sus esquinas, calles y avenidas respiraba un aire de antaño; un encantamiento tecnicolor dirigido por el cineasta y dramaturgo Román Chalbaud, una inmersión a un cuadro de Paula Bettencourt Prada o una embriaguez con Ron Santa Teresa 1796.
Custodiada por el cerro El Ávila y sus 2.144 m.s.n.m., Caracas nos llevó, paso a paso, por el Parque Ezequiel Zamora, mejor conocido como El Calvario, para conocer un poco de la historia nacional, a través del monumental Arco de la Federación y de las diversas esculturas y bustos que se encuentran al caminar por las escalinatas y rutas que entrega el parque; asimismo, una vista excepcional del centro de la capital venezolana y sus icónicas Torres de El Silencio.
Nos mostró su centro histórico y la casa natal de Simón Bolívar, su gastronomía callejera y de alta cocina, una empanada con guasacaca, una cachapa con queso y un salmón en salsa de tamarindo con arroz meloso de coco, la vertiginosidad de la vida caraqueña y el vuelo parsimonioso de las guacamayas, la común-unión entre dos pueblos hermanos y las tonadas del Alma llanera, pues no hay otra forma de irse de Venezuela y no hay otra forma del querer retornar a la tierra de la espuma, las garzas, de las rosas y el sol.
Por. Yeison Medina
Fotografía: Sandra Ramírez Giraldo