¿Cómo llegar al Salar de Uyuni sin pagar un tour turístico?
Uno de los destinos, al que todo mochilero aspira llegar, si de Sudamérica se trata, es Bolivia. Un país muy rico culturalmente, con mucho para observar y conocer. Pero principalmente, todos quieren llegar a la perla brillante: el Salar de Uyuni. ¿Cómo perdernos esa maravilla única?
El Salar de Uyuni, es uno de los destinos turísticos que más se ofrece y se vende al llegar al país andino. Cuando empecé mi viaje por Sudamérica, inicié por el norte argentino, y de allí, sólo sabía que quería llegar al Salar. Hasta ahí, mi ruta más o menos seguía un camino. Después, me dejaría llevar.
El día que crucé la frontera de Argentina hacia Bolivia, estaba feliz y emocionada (Como en todas las fronteras que después crucé). Cada una de ellas, era una puerta que se abría hacia un nuevo mundo, a una realidad distinta. Se trataba de un país más que iba a tener la posibilidad de conocer. ¡Nada más emocionante como eso! Había cruzado otras fronteras, pero jamás había visitado Bolivia.
En mi caso, como iba desde el norte de Argentina, crucé de La Quiaca a Villazón. ¡Qué emoción cruzar la frontera caminando! Avancé de a poco, con una gran sonrisa. Un cartel anuncia el nuevo territorio y me da la bienvenida. Veo la bandera flamear, y de repente todo se convierte en otra realidad. Ese día fue como si me hubiese teletransportado en cuestión de segundos.
El objetivo
Nuestro objetivo era llegar al Salar de Uyuni (en ese entonces, viajaba con Vincent, un francés que había conocido en Cafayate). Una vez en Villazón, lo primero que hicimos fue conseguir bolivianos, la moneda local. Después nos dirigimos hacia dónde salían los transportes y compramos, al mejor postor, los boletos para nuestro siguiente destino: Tupiza. Teníamos que esperar algo de una hora y media, hasta que saliera el micro.
Llegó la hora marcada para salir, y no había señales de que eso fuera a ocurrir. El tiempo avanzaba, y seguíamos allí esperando. Luego de ir, tres veces, a preguntarle a la chica que nos vendió los pasajes, qué sucedía que el micro no llegaba (ya había pasado una hora del horario de salida), y de que a la tercer vez, me respondiera con una mirada fulminante “todavía no es la hora”; a lo cual le respondí que sí lo era (según la hora que yo tenía), con otra mirada fulminante me dijo “hay una hora de diferencia con Argentina”. En ese momento pensé: ¡trágame tierra! ¡Qué vergüenza!. Por eso, es tan importante, antes de llegar a un lugar al que no conocemos, interiorizarnos sobre él. Al menos, en cuestiones básicas, para evitar situaciones engorrosas.
Llegamos a Tupiza. Nuestra idea, era ir desde ahí hacia el Salar, a través de alguna excursión. No sabíamos cuánto nos podría costar. Averiguamos en varias agencias, pero todas cobraban prácticamente lo mismo, entre 150 y 200 dólares, por una excursión de 3 a 4 días, pasando por lagunas de colores, aguas termales, y algún que otro atractivo, hasta llegar al Salar. A ese precio, había que sumarle algunos gastos extras, como bañarse, meterse a las aguas termales, y algún otro servicio.
El presupuesto
Mi presupuesto era muy acotado (1000 dólares para ser precisa, con los cuales viajé 8 meses) y mi viaje recién estaba empezando. No podía darme el lujo de gastar 150 dólares en una sola excursión. Había escuchado que había otra forma de llegar al Salar, sin pagar la excursión, pero no tenía ninguna información específica. Solo nos quedaba llegar a Uyuni y averiguar con exactitud. Hablé con mi compañero de viaje y le dije que, si él estaba dispuesto a pagar esa excursión que lo hiciera, y yo seguía mi camino, de todas formas, igual llegaría a destino. Nuestro presupuesto era distinto. Pero, decidió seguirme, ya que a él también le pareció caro.
Así fue, que decidimos seguir hasta Uyuni, en busca de otra alternativa para llegar al Salar más extenso del mundo. La distancia entre Tupiza y Uyuni es de 438,5 km, que se tradujeron en 8 horas interminables de viaje en bus. Lo que fue una verdadera odisea.
Salimos por la tarde, por lo cual no pudimos disfrutar mucho del paisaje, ya que pronto oscureció. Sólo recuerdo el cielo mágicamente estrellado. Todo lo demás, no fue tan mágico. Estábamos sentados al final de todo, yo del lado de la ventana (mi lugar favorito). Intentaba dormir, pero era imposible, el micro saltaba todo el tiempo e íbamos de un lado a otro, entraba tierra por todos lados y hacía frío. Así transcurrió todo el viaje, yendo de un lado a otro. Por la madrugada el micro hizo una parada, no sé en qué lugar exactamente. Recuerdo que hacía mucho frío; y me recuerdo a mí buscando un baño, que nunca encontré y que tuve que improvisar por ahí (cosas que pueden pasar).
Retomamos viaje, y llegamos a Uyuni por la madrugada. El frío a esa hora era durísimo. Por suerte, el colectivo nos dejó justo frente a un hospedaje. No teníamos muchas opciones, así decidimos pasar la noche allí, por 40 bolivianos cada uno. ¡Al fin pudimos dormir! Por la mañana, salimos a caminar, desayunamos, y luego comenzamos a averiguar de qué forma se podía ir hasta el Salar. Los precios del tour en las agencias eran altos, y nadie nos sabía dar información sobre alguna otra alternativa… hasta que dimos en la tecla.
Resulta, que hay una empresa de colectivos (Transporte Asunción) que va hacia una comunidad llamada Llica. Para llegar a ese destino, el micro atraviesa el Salar. Una vez que dimos con la agencia, la chica que nos atendió nos dijo que habláramos con el chofer y que le avisáramos que nos quedábamos en la Isla Incahuasi, que se encuentra ubicada en el centro del Salar. Si bien, el colectivo no pasa exactamente por la Isla, si atraviesa el Salar. Por ese motivo es necesario dar aviso al chofer, para que pase por allí. También, hay que preguntarle a qué hora pasará al día siguiente, para volver a Uyuni; ya que es la única forma de volver. Hay que tener en cuenta, que mayormente, llegan las camionetas que hacen las excursiones, y no vehículos particulares. Por lo cual es muy importante, hablar con el chofer para la vuelta, también.
Luego de hablar con el chofer, compramos los boletos, que nos costaron 25 bolivianos de ida, a cada uno. Una vez que llegamos a la Isla Incahuasi (casa del Inca en quechua), pagamos 30 bolivianos para ingresar y otros 30 para dormir en un refugio que se encuentra en el lugar. En el refugio nos dieron colchón y frazadas, éramos los únicos huéspedes allí. Para comer, en la Isla hay un restaurante, y un negocio pequeño, donde se puede tomar una sopa o beber una cerveza (no me imagino la combinación de ambas). Si se quiere economizar aún más, lo ideal es proveerse de alimentos antes (fue lo que hicimos nosotros).
En la Isla Incahuasi, que se asemeja a un oasis en medio de un desierto, se pueden observar cactus gigantes y corales petrificados. Además, de tener una hermosa vista panorámica desde arriba.
El plan
Esa noche estaba hermosamente estrellada. Aunque hacía frío, valió cada segundo, quedarse un momento observando ese cielo. Al día, siguiente el sol brilló para nosotros. Aprovechamos para sacarnos algunas fotos divertidas. Tuvimos la suerte de escuchar a una banda de música, de jóvenes de una escuela, que estaban de paseo. Pero ese día, nuestra suerte fue doble. El colectivo que debía pasar por nosotros, a cierto horario (como nos dijo el chofer) nunca pasó. Por lo cual, teníamos dos opciones: A) Quedarnos allí un día más. B) Buscar un plan de regreso.
Mi plan B, fue hablar con los choferes de los colectivos que llevaban a los chicos de la banda. Hablé con uno de ellos, que me dijo que debía hablar primero con su esposa. La señora (quien se ve tomaba las decisiones) me miró con cara de “perro bulldog”, intentó resistirse a mi pedido, pero logré convencerla alegando que no teníamos cómo volver y que si teníamos que viajar parados no teníamos problema. Aunque me costó un poco convencerla, terminó por aceptar. “A las 3 en punto salimos”, dijo; le agradecí y allí estuvimos al horario acordado.
Finalmente, viajamos con ellos, nos hicieron un lugarcito adelante del micro (al lado de ellos y su hija). La señora, de nombre Rosemary, resultó no ser tan antipática como al principio, y pudimos tener una charla amena. Nos habló sobre las políticas del presidente; nos contó más acerca del Salar; habló sobre la igualdad y la solidaridad. Además, nos coordinó el viaje a Potosí. Llegamos a la ciudad de Uyuni, y al momento de tener que bajarnos, Rosemary nos preguntó cuántos nos había salido el pasaje de ida, le dijimos que 25 Bolivianos, y eso fue lo que nos cobró por el viaje.
Así concluyó mi paso por el Salar de Uyuni. El objetivo fue logrado, reduje el presupuesto de 150/200 dólares a aproximadamente 27 dólares (incluyendo la noche en el hospedaje en Uyuni). Todavía me quedaba mucho más por conocer.
Por. Noelia Contreras
Fotografía: Noelia Contreras y archivo